Llevamos corriendo toda la noche desde que ocurrió el incidente en la
plaza. Nos escondemos y huimos, como ratas intentando abrirse paso, sin
ser arrolladas, en un barco que está a punto de hundirse.
Estamos agotados y puedo ver en sus ojos como la desesperación cala
lenta e inexorablemente, al igual que la lluvia empapa nuestra ropa,
llenándonos de una sensación de incomodidad y desazón, una carga que
hace cada paso un poco más difícil de dar. Puedo sentir como pierden la
voluntad de luchar, de continuar, de sobrevivir. Veo con cada minuto que
pasa, como el miedo y el cansancio se convierten en certeza y como
intentan asimilar esa nueva verdad, como respuesta a sus preguntas y
dudas que no hallan respuesta.
Deja de intentarlo, no te resistas. Haz que sea rápido. No luches. No vas a conseguirlo. Es imposible. Ya estás muerto.
Y para ser honestos, cada vez me cuesta más rebatir ese argumento. Quizá
tan sólo se trate de que soy algo más terco que ellos. Tenemos que
movernos, el "juego" aún no ha acabado. Antes de que se cierre el telón,
siento la absurda obligación de contar qué ha ocurrido aquí. Creo que
la gente necesita saber todo lo que ha pasado en este pequeño pueblo
llamado Mondéjar. En cómo una trivial visita, se convirtió en una
pesadilla. En cómo un sábado cualquiera, de un mes cualquiera, de un año
cualquiera, se convirtió en 28 de Septiembre de 2013, una fecha marcada
por el desastre y la muerte.
Son las 18:00 de la tarde. María llega hoy de visita, y como siempre, ha
conseguido convencerme de hacer algo productivo en la tarde del Sábado,
y ni corta ni perezosa me arrastra de visita a éste pueblo llamado
Mondéjar. A nuestros oídos habían llegado numerosos rumores sobre un
incidente ocurrido el año pasado, a cada cual más disparatado. Algunos
rumores hablaban de un virus, de gente enloquecida que comenzó a atacar a
los suyos, de muertos que se alzan y de un inquietante secretismo por
parte del Gobierno. Numerosos casos de desapariciones que fueron
haciéndose públicos con el paso del tiempo, pero todos sospechosamente
unidos o con cosas en común. Incluso en Cuarto Milenio habían hecho un
especial al respecto, en el cual reflejaban que la mayor evidencia era
la falta de evidencias.
He de decir, que el estilo de "sospecha por
omisión" viene muy bien televisivamente hablando, aunque personalmente
me resulta de un fundamentalismo flojo y sensacionalista. De todas
formas, como suele decirse, la curiosidad mató al gato y al fin y al
cabo, lo peor que podía ocurrir, era pasar un día tranquilo alejado de
la gran ciudad.
Caminando por sus calles, no puedo evitar sentir una cierta emoción que
disminuye cuanto más nos adentramos en el pueblo. ¿Y si todo aquello era
verdad? No obstante, todo es terriblemente normal y cotidiano. La vida
diaria en un pueblo. Algunas de sus gentes nos saludan y sonríen y otras
nos miran con curiosidad. Mondéjar es, en apariencia, la definición de
un pueblo tranquilo.
Sin embargo, algo llama poderosamente mi atención y me hace darme cuenta
de mi error de juicio. Cuanto más nos adentramos en Mondéjar, más
comenzamos a ser conscientes de que algo falla. Las sonrisas son
levemente forzadas y sus ojos muestras una cierta inseguridad,
nerviosismo. Una sensación de desazón se hace presente con cada paso que
damos en dirección al centro del pueblo, mientras esa apariencia
inicial de tranquilidad se deshace como un castillo de naipes.
En el camino nos topamos con un sorprendente numero de personas que
están tan fuera de lugar como nosotros en aquel lugar. Su numero nos
sorprende y nos hace preguntarnos si habrá pasado algo en el pueblo ese
día. Un zumbido lejano llega a nuestros oídos con más fuerza a medida
que nos adentramos en el pueblo y tan solo unos minutos después,
nuestras dudas se ven respondidas cuando alcanzamos la plaza mayor.
Algo similar a unas carpas militares están montadas en el centro de la
plaza. Varios efectivos del ejercito vigilan con celo el perímetro
mientras cientos de personas intentan saciar su curiosidad. Los soldados
los apartan a empujones entre algunos gritos y amenazas, que la turba
ignora por momentos. Se trata de una situación tensa y proporcionalmente
caótica con cada minuto que pasa.
Dedico una mirada cargada de confusión y preocupación a María. Nada de
ésto estaba planeado. ¿Qué estaba ocurriendo? ¿Por qué está aquí toda
esta gente? ¿Qué demonios hay en esas carpas?
Un grito desgarrador se abre paso entre la multitud, silenciando la
escena por momentos. Dos hombres vestidos de blanco y con máscaras salen
de la carpa, aferrando con fuerza a un tercero. Este está herido y se sacude de
forma violenta. La gente se aleja ante los gritos de los hombres,
dejándoles paso. No consigo escuchar qué es lo que dicen, pero puedo ver
al hombre herido. Una terrible mancha carmesí recorre su ropa desde el
cuello y su rostro casi parece haber sido desgarrado. Su piel palidece
con rapidez y no puedo evitar pensar que en realidad estoy viendo un
cadáver.
La gente se apelotona para conseguir ver qué está ocurriendo. Mi
curiosidad me suplica que me una a ellos, pero algo hace que retroceda.
Echo un vistazo detrás y puedo ver a María tirando de mi mochila. La
preocupación es evidente en su rostro y mentiría si dijese que no la
compartía.
Un trueno retumba en el cielo y comienza a llover como preludio de algo primordialmente maligno.
Nos alejamos del gentío cuando varios gritos se unen formando un
inquietante coro que nos hace girarnos. La gente comienza a alejarse a
empujones, arrollando a más de uno. El caos más absoluto se apodera de
la escena y una sensación de pánico cala en todos los presentes.
Las preguntas se apelotonan en mi cabeza, pero mi boca no es capaz de
reaccionar, el instinto se apodera de nosotros y echamos a correr junto
con la marea de personas. Consigo escuchar algo:
Corred.
Corremos algunos metros junto a los cientos de personas que nos
acompañan, aunque sus empujones y resbalones nos hacen darnos cuenta de
nuestro error, así que tiro de María y nos desvíamos hacia la izquierda,
hacia una de las calles paralelas. Seguimos corriendo sin poder evitar
mirar detrás. Unos pocos nos siguen tan confusos como nosotros. Nos
hacen preguntas que no conseguimos responder y entonces algo les
acalla.
Nuestra mirada se fija al frente, donde una docena de personas se dirige
hacia nosotros, calle abajo, con un paso peculiarmente arritmico y
cansado. Me quedé paralizado por momentos. Yo conocía aquella escena. La
había visto antes en cientos de películas. Pero no, no puede ser. Es
imposible.
El sonido se atenúa a mi alrededor mientras contemplo su paso renqueante
y sus cabezas lánguidas. Sus rostros desencajados y antinaturales
permanecen inexplicablemente mudos a excepción de algunos fúnebres
gemidos que comienzan a ser audibles. No consigo oír nada más. El sonido
de la lluvia resulta atronador por momentos y una sensación de
aislamiento me invade, como si me hubiesen zambullido bajo el agua. Todo
se vuelve denso y distorsionado. Todo salvo una palabra que no cesa de
repetirse en mi cabeza con brutal nitidez:
Zombies.
Un grupo de personas pasa corriendo a nuestro lado, chocando contra mí y
haciéndome salir de mi ensimismamiento. Me obligo a mirar alrededor e
intentar orientarme. Veo que giran a la derecha en el cruce a unos
metros frente a nosotros y a medio camino del grupo de zombies, a falta
de una definición mejor. Le hago un gesto a María y ambos salimos
corriendo tras ellos.
Cuando alcanzamos el cruce, unas personas aparecen frente a nosotros,
corriendo en dirección contraria. No puedo evitar detenerme unos
segundos y verlos pasar, presa de la confusión, mientras me pregunto que
está ocurriendo. Incrédulo, me doy cuenta de un detalle. son los mismos
que acababan de adelantarnos, los mismos a los que estábamos siguiendo.
Mis piernas parecen tener repuesta para una pregunta antes de que mi
cerebro la formule. Comenzamos a correr tras ellos de nuevo, sin poder
evitar dedicar una mirada nerviosa hacia el cruce.
Entonces lo veo...
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